Category: Heraldos

El arte de la guerra, con sus tácticas y secretos, puede aplicarse con gran provecho al progreso de nuestra alma, disputada constantemente por el Cielo y el Infierno… ¿Cuál es nuestro papel en esta batalla?
Catecismo de la Iglesia Católica § 1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso.
Con la Encarnación del Verbo, se inició una nueva relación entre el Creador y sus criaturas, regida por el perdón y por la misericordia.
El Padre celestial llama a José a participar, de manera especial, de su eterna paternidad. El Hijo de Dios y de María será confiado a su paternal cuidado y se dirigirá a José como a un «padre».
La honra de esta humilde vara, testigo tácito de elevados misterios, supera con creces el brillo de los más ricos cetros del mundo.
La cantidad o la gravedad de los pecados, la vergüenza o la pereza, nada puede servir de pretexto para que hagamos mal uso o nos alejemos de este sacramento de curación y de salvación.
Nuestro Señor quiso dejarnos un medio para recurrir continuamente a su perdón y estar moralmente seguros de recibirlo.
¡Cuánto consuelo tuvo el divino Infante cuando descansó por primera vez en el regazo varonil y paternal de San José! Desde la eternidad, había sido preparado para ser la representación de Dios Padre ante el Hijo que se había encarnado.
El amor y el odio se acompañan como la luz y la sombra. Quien adora al Señor combate la idolatría; quien ama la virtud odia el pecado; quien da culto a Dios y a los santos detesta al demonio y a sus agentes.
Las distracciones voluntarias nos hacen perder los frutos de nuestras oraciones y alejan nuestra mente de Dios; pero no ocurre lo mismo con las distracciones involuntarias